Ricardo Lagos e Hilda Solís, secretaria de Trabajo de Barack Obama, llegaron ayer a Tegucigalpa para supervisar el cumplimiento del acuerdo suscrito a finales de la pasada semana por los representantes del presidente Manuel Zelaya y del golpista Roberto Micheletti. El acuerdo prevé la formación de un Gobierno de unidad nacional y que el Congreso someta a votación la restitución de Zelaya. Pero ante la desesperación de los partidarios del presidente depuesto, los golpistas siguen maniobrando, ganando tiempo, para evitar que Zelaya regrese a la Casa Presidencial.
Desde el día del golpe, la comunidad internacional lo ha intentado todo para convencer a Micheletti de que debe permitir el regreso, aunque simbólico, de Zelaya. Unas veces por las malas y otras por las buenas, pero el resultado ha sido el mismo. Si algo ha demostrado el golpista es su capacidad para hacerse el sordo. Las declaraciones de Lagos -tal vez el último cartucho diplomático de la Organización de Estados Americanos (OEA)- coinciden con el espíritu primero de no transigir con el golpe.
Hace cuatro meses justos, apenas unas horas después de la expulsión de Zelaya, el secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, llegó a Honduras y declaró en un hotel de Tegucigalpa: "Aquí hubo un golpe de Estado, una ruptura grave de la institucionalidad democrática, y nosotros pedimos que esa situación sea revertida por quienes han tomado el poder".
A la pregunta de si las elecciones del 29 de noviembre servirían para salir de la crisis, Insulza fue tajante: "Si la situación siguiera igual, el Gobierno que saliese de las urnas no sería reconocido".
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