La elección presidencial en Honduras está en la recta final en medio de amenazas, censura, farsas de su presidente de facto y un papel vergonzoso por parte de Estados Unidos. Esta es un ensalada de la cual difícilmente surja una democracia capaz de romper la polarización interna acreada a partir del golpe de estado.
A esta altura es una cuestión secundaria el regreso al poder del presidente depuesto, Mel Zelaya, aunque no lo sea el incumplimiento de los acuerdos y mucho menos el papel contradictorio de la Casa Blanca. Al mismo tiempo que la administración Obama reconoce al embajador de Zelaya como representante legítimo de Honduras, también ha sido una parte activa en el proceso que socava el regreso de Zelaya al poder.
Debe preocupar a toda América Latina el doble discurso estadounidense, que a la larga es el respaldo a un gobierno surgido de la expulsión del país de su presidente democrático por la fuerza militar. No sabemos si es hipocresía o incapacidad para lidiar con la crisis, lo cierto que hasta ahora el gobierno del Presidente Obama está premiando al golpismo con su accionar.
Creemos que Estados Unidos quiere una salida democrática a la crisis, el problema es que las condiciones parecen adversas para un proceso abierto. Por ejemplo, cómo puede calificarse la amenaza del Presidente de facto Roberto Micheletti de enjuiciar a cualquiera que se exprese en los medios de comunicación promoviendo la no participación, cuando el ausentismo es parte natural del panorama político. O qué decir de cierres e interferencias a medios como al Canal 36 de la TV hondureña.
A todo esto, Micheletti ha pretendido dar visos de constitucionalidad a su gestión, seleccionando lo que se respeta y lo que se deja de lado. El colmo del ridículo ahora es su retirada temporal del poder entre el 25 de noviembre y el 2 de diciembre para dar un mejor clima a la elección del 29 —amenazando, al mismo tiempo, con retomar la presidencia si hay incidentes.
Las acciones del mandatario interino son paternalistas, autoritarias, con tintes bufonescos y dignas de algunas dictaduras absurdas del pasado siglo.
Este no es un auspicioso comienzo para un período democrático post electoral. Eventualmente Zelaya y Micheletti serán irrelevantes en el próximo capítulo, pero perdurará la polarización que ellos originaron —uno con ambiciones de reelección y el otro con su intransigencia autoritaria. Cerrar esa brecha abierta y gobernar para todos los hondureños será la difícil misión del próximo mandatario.
*Editorial del periodico La Opinion de Los Angeles, Estados Unidos
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