Orlando Sierra
Cada noche, Manuel Zelaya se levanta y recorre sigilosamente la Embajada de Brasil en Tegucigalpa para comprobar que todo está en orden, antes de volver a dormir en un colchón colocado en el suelo de la oficina que le sirve de dormitorio.
Después de verificar que todo está tranquilo, el Presidente constitucional de Honduras vuelve a acostarse en la oficina-dormitorio, en la que cuelga un retrato del mandatario brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva.
La vida cotidiana transcurre como en una cárcel dentro de la Embajada, debido a la rutina, las privaciones y a que está sitiada por militares desde que Zelaya se refugiara en ella, el 21 de septiembre, tras retornar al país de forma subrepticia en su intento por recuperar el poder.
Todos los alimentos, ropa y útiles de aseo que llegan a la sede diplomática son revisados por los militares desplegados por el gobernante de facto, Roberto Micheletti, y son olfateados por perros adiestrados. No cualquier persona puede entrar, pues los soldados prohíben el acceso incluso al personal hondureño de la Embajada brasileña.
Al amanecer, los huéspedes de la legación -Zelaya, su esposa Xiomara Castro, medio centenar de seguidores y casi una decena de periodistas- toman un desayuno frugal y luego inician sus respectivos deberes cotidianos. "Cada uno tiene una agenda diferente, la primera dama tiene su propia agenda y otras actividades propias", dijo a la AFP Doris García, ministra de la Mujer de Zelaya, una de las siete mujeres en la Embajada.
Zelaya, de 57 años de edad, pasa gran parte del día en su estrecha oficina-dormitorio, en el primer piso de la residencia de dos plantas, dedicado a sus esfuerzos por volver al poder, tras haber sido derrocado por un golpe de Estado el 28 de junio. Al principio ocupaba una oficina más grande en la planta superior, pero fue cambiado por razones de seguridad.
El Presidente depuesto es asistido por el abogado Rassel Tomé, el político liberal Carlos Eduardo Reina y el sacerdote Andrés Tamayo, quien además confiesa a los zelayistas y les da la comunión.
Zelaya habla por teléfono con líderes extranjeros y atiende llamadas de periodistas de todo el mundo. También ha recibido a un obispo, a candidatos presidenciales hondureños, a diputados brasileños y a un delegado de la OEA.
De vez en cuando, Zelaya camina por el patio junto a sus asistentes y se preocupa, cada vez que conversa con los periodistas, de llevar colocado su sombrero de alas anchas.
Los seguidores de Zelaya, a quienes su esposa llama "mis hijos", asean la Embajada y arreglan el jardín. Por la mañana, algunos hacen ejercicios en la terraza.
Los alimentos para Zelaya se los envía diariamente desde el hogar su hija Zoe, quien esta semana le dio un nuevo nieto, al que él no ha podido tomar en brazos: Juan Manuel.
Zelaya "nunca come solo", contó Doris García. Si tiene sed, "bebe un refresco de avena", agregó. Su comida es similar a la de cualquier hogar hondureño, dijo García: frijoles, arroz, aguacates y queso, entre otros.
Diariamente, un funcionario de la ONU lleva los alimentos para el medio centenar de zelayistas, mientras los periodistas se turnan para comprar el almuerzo y cena, que encargan a restaurantes.
Los reporteros ocupan una oficina en la que despachan sus notas y fotos, y que por las noches les sirve de dormitorio. Como algunos no tienen colchón, duermen en el suelo.
El personal brasileño lo conforma el encargado de negocios, Francisco Catunda, otro diplomático y dos administrativos. Cándida, la esposa de Catunda, les lleva cada día la comida.
García contó que en la Embajada nadie duerme con pijama, sino con ropa de vestir, por temor a alguna emergencia durante la noche, pues han sido hostigados por el régimen de facto y han recibido amenazas de que los militares asaltarán la legación. Por esta razón, hacia las dos de la madrugada, Zelaya se levanta diariamente y recorre la legación brasileña para comprobar que no hay nada anormal, antes de volver a dormir.
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