Hay algo que no cuadra en esta Tegucigalpa desordenada, capital de uno de los países con la peor distribución de la riqueza de la región, donde el problema para el 75% de la población es si hoy tendrán algo para comer. No cuadran, por ejemplo, ese campesino desdentado en su casilla de palos, con el número desorbitado de Toyotas Prado, Land Cruisers y Tuaregs, con sus vidrios polarizados y señora bien al volante. No cuadra la noche hondureña en hoteles cinco estrellas donde los hondureños bien vestidos toman cocktails y comen sushi, a precios internacionales, con las villas colgadas en las laderas de los cerros, a 5 minutos de distancia.
Aquí el golpe de Estado contra Manuel Zelaya ha tallado sobre piedra dos sectores: antizelayistas y melistas. Los primeros, al ver a Zelaya acercarse -en los últimos ocho meses antes de ser derrocado- al venezolano Hugo Chávez saltaron espantados.
Y cuando en marzo, abril, el presidente Zelaya comenzó a pregonar su plan de llamar a una constituyente para buscar la reelección, esa derecha de vida holgada compuesta por pequeños empresarios, industriales y comerciantes, sumados a académicos y profesionales, decidieron organizarse en lo que hoy es la Unión Cívica Democrática. "Es un grupo pequeño, que nació más o menos al borde de abril. Es un movimiento aglutinado en el consejo hondureño de la empresa privada", explica a Clarín Julio Raudales, economista y uno de los analistas que más conoce la realidad de este país.
De este grupo de antizelayistas dirá que "algunos de ellos tienen alguna ilustración. Pero la mayoría, no. Los empresarios aquí no es gente ilustrada en general. Saben que son anticomunistas, pero no saben porqué". Esta clase media hondureña cree, según Raudales, que siempre tiene que haber gente rica y gente pobre, y que en general el mundo va caminando a ser capitalista siempre.
El nombre de Chávez en este sector social prende luces de alarma. En marzo, cuando el venezolano anunció públicamente que Zelaya le había pedido ser miembro de la Alternativa Bolivariana para América, el pánico estalló en Honduras. Hasta los grupos intelectuales de jóvenes salieron a movilizarse para enviar el mensaje de que Honduras necesitaba cambios estructurales, pero no al estilo Chávez. La idea de reformar la Constitución para dar paso a la reelección, algo que la misma Carta Magna prohíbe, fue rechazada.
La contracara de este sector, es un grupo organizado por Zelaya, quien se asoció con las organizaciones sociales tradicionales: sindicatos, obreros, campesinos, colectivos de mujeres y los maestros, con mucho poder de convocatoria. "Son personas con reclamos de los años 70 y vieron a Zelaya como un estandarte para lograr esos reclamos. Creyeron que Zelaya sería su Salvador Allende", explica Raudales. Y el acercamiento a Chávez los entusiasmó.
Con el golpe de Estado esta polarización se profundizó en Honduras. "Lo que Zelaya no pudo hacer -explica Raudales- es lograr una conexión completa entre las bases, sin formación, sin conciencia política, que lo único que escuchaba era que una nueva Constitución podía resolver sus problemas, y los grupos con formación ideológica, que tenían la esperanza de revertir sus frustraciones, utilizando a Zelaya como estandarte para su lucha".
Desde la vereda de enfrente, también hay un grupo que es intelectual y que entiende y que sabe que el país necesita cambios. Pero, explica Raudales, "hay otros grupos que pasan completamente inconscientes, sobre todo el grupo exportador", que vive en su mundo, se van el fin de semana a Roatan, a Miami y a Cancún. Y según la visión de este analista: "Piensan que en el país está todo bien, que es necesario que haya una muchedumbre de pobres que estén allí cuando ellos los necesitan. Y que además deben agradecerles".
Fuente: El Clarín de Argentina
Las bases del presidente derrocado están en sindicatos, campesinos y maestros. El golpismo se sostiene en las clases medias y altas. Por: Alejandra Pataro
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